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David Casas Peralta: Un relato de terror climático

David Casas Peralta Reseña Stephen Emmott Diez mil millones

DAVID CASAS PERALTA

Stephen Emmott.  Diez mil millones. Traducción de Antonio Prometeo-Moya. Anagrama, Barcelona, septiembre de 2013, 198 pp. 

Vivimos en un mundo en el que se necesitan cuatro litros de agua para fabricar una simple botella de plástico de un solo litro. Y 100 litros para poder tomar una taza de café. Y 3.000 para producir una hamburguesa. Y 9.000 para producir un pollo o un corriente pijama de algodón. Y 27.000 para un hacer un kilo de chocolate y 72.000 para fabricar uno solo chip. No hará falta multiplicar esas cantidades por los millones de tazas, hamburguesas, pollos, pijamas de algodón, kilos de chocolate y chips para teléfonos móviles y ordenadores portátiles que se consumen todos los años en el planeta para hacernos una idea de los billones de litros que suponen. Billones consumidos, en muchas ocasiones, de forma totalmente gratuita, como si se tratara de un recurso inagotable, como si su desperdicio no conllevara ninguna consecuencia. Pero estamos hablando de un recurso cuya obtención, a medida que se vayan agotando los acuíferos y el cambio climático altere significativamente el ciclo del agua, será cada vez más difícil de mantener; un recurso por el que, en un futuro no muy lejano, se librarán muchísimas guerras.

La sonrisa irónica con la que, posiblemente, hayamos empezado este texto se convertirá en mueca de terror cuando reparemos, como bien muestra Stephen Emmott en su apocalíptico libro Diez mil millones, de que actuamos con la misma irresponsabilidad con el resto de recursos naturales del planeta: la tierra, los recursos marinos y forestales, los minerales fósiles, etc. Una actitud que nos ha llevado a estar a punto de cruzar una línea roja a partir de la cual lo que nos depare el futuro de la Tierra ya no estará en nuestras manos, y donde sólo nos corresponderá la gestión más o menos precipitada, más o menos caótica, del desastre. Porque si algo deja claro este libro es que el desastre, salvo que se ponga un remedio inmediato y contundente, va a producirse más pronto que tarde, a medida que nos vayamos acercando a la temida cifra de diez mil millones de habitantes. 

Emmott, un informático que dirige un centro que estudia sistemas complejos como los sistemas climáticos y los ecosistemas y el impacto sobre estos de la acción humana, nos ofrece en Diez mil millones un retrato escéptico y desesperanzado del ser humano y su relación con el planeta. Erigido en único dominador de la Tierra, en dueño y señor del resto de especies animales y vegetales, el ser humano es ahora mismo el principal problema que tienen todos los seres vivos de este rincón remoto de la Vía Láctea. Paradójicamente son todas sus extraordinarias y prodigiosas capacidades –creatividad, inteligencia, capacidades productivas- las principales causantes de la completa destrucción de todos los ecosistemas terrestres que permiten el mantenimiento de las actuales condiciones de vida.

Más allá de la primera y la segunda revoluciones industriales, el origen del problema actual lo ubica Emmott en la “revolución verde” que se produjo en torno a los años sesenta para cubrir las necesidades del boom demográfico que siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial. Llevada a cabo a través del uso a escala industrial de pesticidas, herbicidas y fertilizantes químicos, la ampliación “sin precedentes” de la explotación de la tierra, y la industrialización de todo el sistema de producción de alimentos –granjas de crianza intensiva, factorías pesqueras, etc.-, esta ha tenido desde entonces consecuencias nefastas para el planeta: la reducción de especies animales y vegetales sin precedentes en la historia –“la actividad humana está causando la destrucción de vida más grande que se conoce en la Tierra desde la desaparición de los dinosaurios” (pág. 52)-, y algo aún peor: la reducción de la biodiversidad y, en consecuencia, la degradación de los ecosistemas completos.

Pero no solo eso. La “revolución verde” también generó un espectacular abaratamiento del precio de la comida que posibilitó, en el mundo occidental, que sus habitantes tuviéramos más dinero para gastar en otros bienes de consumo hasta entonces prohibitivos como electrodomésticos, vehículos, viajes, etc. –productos por los cuales, no olvidemos, no pagamos el precio real, el resultante de añadir a sus precios de venta las “externalidades”-. Esta explosión del consumo “no básico”, unido a las consecuencias directas de la revolución alimentaria, hizo que los científicos se dieran cuenta, a finales del siglo XX, de que estábamos cambiando el clima. La atmósfera, la hidrosfera, la criosfera –los casquetes polares y glaciares- y la biosfera empezaron a dar muestras de que se estaban viendo modificados sensiblemente por la acción humana. Sin embargo, desde entonces, la población mundial no sólo ha crecido hasta superar los siete mil millones de habitantes, sino que ha seguido consumiendo a un ritmo mucho mayor, sometiendo a una presión cada vez mayor todos los recursos de la tierra, traducida esta en deforestación, sequías, catástrofes meteorológicas, desglaciación, contaminación y agravamiento del efecto invernadero, etc. En conclusión, el agravamiento del cambio climático hasta límites insospechados.

Emmott nos muestra cómo el ser humano, lejos de ser consciente de estos problemas, sigue sin enfrentarse a ellos. Nos muestra cómo la necesidad de comida de este mundo aumenta a una velocidad mayor que la población, o lo que es lo mismo: cuanto más ricos somos, más comida consumimos, y de mayor variedad, hasta hacer la situación completamente insostenible: “para alimentarnos durante los próximos 40 años, necesitaremos producir más comida de la que ha dado la agricultura en los últimos 10.000 años” (pág. 123).  La consecuencia: una explotación de la tierra y deforestación aun mayor.

Pero como los problemas nunca vienen solos, Emmott nos muestra un nuevo enemigo para este aumento desmesurado del consumo de comida: a la vez que la necesidad de más alimentos acelere el cambio climático, este acelerará a su vez las catástrofes naturales, impidiendo estas la producción de la misma, su encarecimiento, y, como consecuencia, la falta de abastecimiento de las clases más pobres. Así  mismo, también impedirán que crezca la producción alimentaria la degradación del suelo y la desertización. Así como la crisis del agua, producto de las sequías y el desmesurado uso del “agua virtual” –la usada para procesos industriales-. También podrán afectar negativamente a la producción de alimentos la crisis de los fosfatos –imprescindibles para mantener el ritmo de producción “industrial”, y cada vez más escasos- y la cada vez mayor resistencia de los hongos patógenos a los fungicidas.

Así mismo, otro terror que se avecina para el futuro será el del advenimiento de una nueva pandemia global, facilitada por el desmesurado transporte de personas y bienes por todo el mundo: “Así que no es de extrañar que los epidemiólogos estén cada vez más de acuerdo en que no se trata de si habrá o no otra pandemia global, sino de cuándo se declarará” (pág. 137). Y por si fuera poco, a este ya de por sí panorama apocalíptico habrá que añadir la conversión de grandes regiones de Asia, América del Sur y África en regiones inhabitables a causa del crecimiento del nivel del mar –Bangladesh, por ejemplo, está condenado a desaparecer bajo las aguas en menos de un siglo-, desastres meteorológicos, inundaciones, incendios forestales, pérdida de cosechas y bosques, crisis de agua, etc. Por todo ello no habrá de extrañarnos la militarización sin precedentes de las zonas más “afortunadas” del mundo, como Europa y Estados Unidos, que deberán preservar sus territorios de millones de “emigrantes del clima”, personas para las cuales sus países habrán dejado de ser habitables y la obtención de comida y agua una quimera: “No es casualidad que en casi todas las conferencias científicas sobre el cambio climático en las que participo haya una nueva categoría de asistentes: los militares” (pág. 149).

Una vez descrito el futuro que nos espera si seguimos sin tomar medidas, ¿qué posibles soluciones nos plantea Emmott para evitarlo? El científico inglés solo es capaz de ofrecernos dos: en primer lugar, la “tecnificación” de la solución a través de los científicos y, en segundo lugar, cambiar nuestro comportamiento con respecto a los recursos naturales del planeta. La primera, la propia del “optimista racional”, diría que la ciencia puede resolver, con el desarrollo tecnológico, todos los problemas que se le planten; que siempre que aparece un problema gravísimo encuentra una solución para salir de atolladero. ¿Cómo se podría hacer en esta ocasión? A través de las energías verde, nuclear, la desalinización, otra revolución verde y la geoingeniería. Sin embargo, Emmot se muestra escéptico ante la capacidad de la ciencia y la tecnología de resolver problemas, en buena medida, causados por ella. Pues la tecnología que ve como más factible para resolver el problema energético global, la “fotosíntesis artificial”, solo está siendo investigada en cinco laboratorios del mundo. Y la energía nuclear, la energía que resolvería el problema energético a corto plazo, presenta un enorme coste a un plazo mayor. El resto son tecnologías caras y aún con muchos problemas que resolver; además, acumulan demasiado retraso como para resolver los problemas cuando se las necesite.

La otra solución que plantea Emmott es el cambio radical de comportamiento de los consumidores de todo el mundo: “En pocas palabras, tenemos que consumir menos. Mucho menos. Radicalmente menos. Y necesitamos conservar más. Mucho más” (pág. 169). Descartadas las oligarquías económicas y políticas en la aplicación de este cambio y los miles de millones de pobres que pueblan todo el mundo, el peso de este cambio deberán liderarlo los millones de personas del mundo occidental a través de un consumo responsable. Pero ya no sirven actos “simbólicos” como comprarse un coche eléctrico, desenchufar el cargador del teléfono móvil, mear en la ducha o utilizar menos papel higiénico cada vez que vamos al baño. Debemos consumir menos de todo desde ahora mismo, inmediatamente: comida, energía, ropa, coches, viajes, electrodomésticos, de todo. Sin embargo, este cambio, para Emmott, se plantea casi como una quimera, dado que nadie, desde los poderes políticos y económicos, parece interesado en cambiar el estado actual de las cosas. Como bien ejemplifica el científico inglés, si supiéramos que un asteroide fuera a colisionar contra la Tierra en un futuro próximo, la humanidad destinaría todos los recursos disponibles para evitar la catástrofe. Sin embargo, la amenaza que está afrontando nuestro planeta ahora mismo es de igual envergadura, pero nadie está haciendo nada, y lo que es peor, no parece que nadie vaya hacerlo. Porque el problema, el asteroide, como bien indica el autor de Diez mil millones, somos nosotros mismos.

La forma con la que nos describe la futura colisión, los futuros desastres naturales e humanitarios, no puede ser más contundente. Emmott, director de Ciencias Informáticas en Microsoft Research en Cambridge y profesor de la misma disciplina en Oxford, nos los desgrana a través de breves píldoras tan diminutas y fáciles de tomar como de difícil digestión: textos breves y contundentes plagados de afirmaciones  que oscilan entre lo absurdo y lo apocalíptico, gráficos cuyas líneas se disparan hacia arriba cuando empiezan a indicar las últimas décadas, fotos que ilustran en toda su dimensión la disparatada sobreexplotación del planeta y sus consecuencias –nudos de autopistas terrenos de cultivo en Estados Unidos, plantaciones de soja en Brasil, coches, bloques de viviendas y contaminación en China, minas al aire libren Rusia, motines de hambre en Argelia-.

Estas píldoras nacieron para ser mostradas y explicadas en formato espectáculo-monólogo por el propio Emmott en un teatro de Londres. Ahora, impresas, el lector las podrá tomar en poco más de dos horas. Se trata de unos textos, gráficos e imágenes que, unidos en formato libro pretenden convertirse, más allá de un referente científico, en toda una campaña internacional de alerta sobre los principales retos de tipo medioambiental y humanitario que va a tener que afrontar nuestra especie en los próximos años. En definitiva, un libro que podría estar en la línea de la película Una verdad incómoda de Al Gore, pero con un aliento más frío y pesimista, mucho más ballardiano o houellebecquiano. Infinitamente más apocalíptico.

Porque, como bien indica el texto de la contracubierta, Diez mil millones es un relato de terror climático en toda regla. Durante las dos horas que dura su lectura descubrimos que lo que tenemos entre las manos no es solo una fría enumeración de las posibles catástrofes futuras, sino la breve y analítica descripción de la caída en la que ya estamos inmersos. Una caída que, si no le ponemos remedio inmediatamente, va ser profunda y sin fin, sin paracaídas, sin posibilidad alguna de evitar que arrastremos en ella a nuestros hijos y nietos. Se trata de un texto donde el terror es tan brutal como frío, un terror que se me antoja mucho más atroz que el que podríamos sentir en una trinchera de guerra o en un edificio asolado por las llamas. Porque ya no se trata de la muerte individual. De lo que nos está hablando Emmot es de la futura y dolorosa muerte de nuestros hijos y nietos, de nuestra desaparición y fracaso como especie. 

David Casas Peralta Reseña Diez mil millones Stephen Emmott Anagrama 2013

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David Casas Peralta (Artés, Barcelona, 1976) es gestor cultural. Actualmente es coordinador de actividades culturales de la Fundación Fondo Internacional de las Artes de Madrid y director de redacción de la revista de información cultural xtrart.es.

Imágenes: Pre packed meat-products. Copyright de Alwin Nöller, 2007 / Cortesía de Anagrama.

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David Casas Peralta: Martín Sampedro, el hombre que desnuda a la familia real

 Sangre Azul Martín Sampedro

DAVID CASAS PERALTA

Martín Sampedro es uno de los artistas más personales e inclasificables de nuestro país, un tipo que en silencio y libre de servidumbres lleva años creando una de las obras más sólidas de nuestro panorama artístico, por más que pocos museos se hayan enterado de ello. Antiguo discípulo de Pablo Pérez-Mínguez e introductor de Alberto Schommer en el mundo de la fotografía digital, es precisamente uno de los pioneros de este tipo de fotografía en España, un tipo que hizo un fortunón en los noventa vendiendo su talento para catálogos y anuncios de coches, y que ahora, centrado en sus obsesiones, no puede quitarse a la Monarquía de la cabeza.

Martín Sampedro El Rey está triste

THE KING IS BLUE. By SAMPEDRO from MARTIN SAMPEDRO on Vimeo.

Sampedro pertenece a la selecta nómina de artistas españoles que aún tienen algo que decir con una forma radicalmente distinta. Entre los viejos y nuevos de lenguaje caduco e institucional y los modernos que se patean todos los espacios de coworking y espacios alternativos con sus looks copiados de revistas de tendencias -sin ideas, ensimismados en criticar de un modo facilón y reiterativo, aparentemente con la única aspiración de obtener alguna selección en un premio devaluado, o una portada en una revista de tendencias del estilo de Yorokubu, o, mucho mejor, algún contrato con Nike o J&B para decorar la fachada de una tienda o diseñar una serie de botellas o camisetas promocionales-, poco es lo que se puede encontrar de valioso, auténtico y con sentido en nuestro panorama artístico, algo que no sea burda publicidad. Cada vez es más difícil encontrar obras de arte que iluminen al espectador por su rotundo lenguaje formal y capacidad de crítica y reflexión. Obras que aún se puedan disfrutar sin tener que leer el farragoso manual de instrucciones con el que vienen acompañadas o que, nada más contemplarlas durante unos segundos, no sean pasto de la bandeja de reciclaje de nuestro cerebro de lo planas e inanes. Obras que doten a nuestras vidas y nuestra forma de contemplarlas y contemplarnos algún tipo de sentido, por más ridículo que este sea. Obras que se nos incrusten en nuestra cabeza como un remedio o una enfermedad, como un perfecto plano de metro con el que llegar a alguna parte o decidir detenernos.

Martín Sampedro El Rey está triste Estallido

THE KING IS BLUE. By SAMPEDRO from MARTIN SAMPEDRO on Vimeo.

Así es la obra de Sampedro. Conformada por una extraña mezcla de clasicismo y modernidad tan personal e intransferible que no resultará apta para los paladares más ortodoxos -tampoco, imagino, para los superficiales fanáticos del arte más cool-, sí será, sin embargo, desconcertantemente atractiva para aquellos raros dispuestos a dejarse sorprender por lo que es verdaderamente diferente. Porque en un mundo tan hiperreal como este, donde el fútbol son los rumores de fichajes y la elección del próximo balón de oro y el sexo una imitación de la pornografía, donde la crítica política y social en el mundo del arte está prácticamente desactivada por las migajas que da el poder, sólo artistas raros y ajenos a la institución y el sistema, ajenos a las servidumbres como Sampedro, pueden ofrecer las lecturas correctas que necesitamos los ciudadanos que aspiramos, hoy en día, a seguir siendo libres. Aunque sea a través de un recurso aparentemente tan simple como el de decirnos que «el Rey está desnudo». O mejor dicho, la Monarquía entera. Porque en los últimos capítulos de su extensa y variada obra, el amigo anda empeñado en mostrar una y otra vez las vergüenzas de nuestra Familia Real, y, por extensión, las de todos sus súbditos.

El Rey está triste Martín Sampedro

En las fotografías y piezas de vídeo de la serie Sangre Azul  Sampedro nos muestra a una familia, más que real, hiperreal. Desnuda y perdida en espacios que ya no sabemos si son propiedades o cárceles, espacios de poder o de encierro, espacios de lujo y ceremonia o de corrupción. En ellos sus personajes apenas pueden moverse, y, cuando lo hacen, de una manera torpe y mecánica, sometidos a un automatismo burdo y gelatinoso, a una rutina interna que tiene poco de vida y mucho de muerte a pesar de que sus nuevas generaciones ofrezcan bailes sensuales con los que encandilar a una masa de súbditos-espectadores tan cansada como ellos.

Sangre Azul Sexo Martín Sampedro

Sangre Azul. By Sampedro from MARTIN SAMPEDRO on Vimeo.

La contemplación de las imágenes de Sampedro no deja lugar a dudas: autómatas o extraterrestres de sangre y piel azul buscando su propia razón de ser y de perpetuarse en espacios siniestros plagados de vacío y frío apocalipsis como la propia España; seres torpes y de piel viscosa y resbaladiza como la de los peces ahogándose en su irrespirable acuario; muñecos de superficies plásticas y bruñidas empeñados en reproducirse a través de un sexo burdo y de mecánica infantil, sin alma, necesitados imperiosamente de una mutación, de contagiarse del fuego plebeyo para perpetuar la caduca especie; seres que no ignoran que viven en una función, pero que parecen no haberse enterado de que ya están representando el último acto. En conclusión, una forma aparentemente sencilla, con las dosis exactas de kitch y de estética high-tech, de presentar una reflexión honda y perfectamente macerada sobre nuestra monarquía y el lugar que ocupa esta hoy en día en el corazón de sus súbditos.

Sangre Azul Sexo

Sangre Azul. By Sampedro from MARTIN SAMPEDRO on Vimeo.

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David Casas Peralta (Barcelona, 1976) es coordinador de The Art Boulevard (www.theartboulevard.org)

Imágenes: Extraídas del Vimeo y el ArtStack de Martín Sampedro: http://vimeo.com/sampedro. Copyright de Martín Sampedro.

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Panzi: Regresa Ana Botella Crew

Ana Botella Crew Lavapiés

PANZI

Después de un tiempo de silencio que para muchos de sus seguidores se nos ha hecho eterno, el colectivo de artistas urbanos que se hace llamar Ana Botella Crew regresa con todo su esplendor, y del modo que mejor sabe: celebrando la grandeza de Ana Botella, su musa, su única fuente de inspiración, su única razón de ser. El motivo de este sonado regreso no podía ser menos grande: la conversión de Madrid en la Capital Mundial de la Basura, o, haciendo honor a su condición de ciudad olímpica, en la Ciudad Sede de los Juegos Olímpicos de la Basura.

Ana Botella Crew Distrito Centro

El regreso ha sido espectacular: diversas instalaciones callejeras compuestas por bolsas de basura blancas que llevan impreso el rostro de su particular musa. Instaladas en diversos puntos neurálgicos de la capital madrileña como Lavapiés, Calle Preciados, o Malasaña, las bolsas personalizadas con el rostro de la alcaldesa se mezclan a la perfección con cajas de cartón, restos orgánicos, bolsas de plástico, sacos de ruinas y contenedores de cualquier tipo de residuos para componer una maravillosa alegoría de lo que es, hoy en día, en todos los aspectos – no solo en lo que atañe a la higiene y limpieza públicas – la ciudad de Madrid. Sencillamente, y hablando claro, una puta mierda. Política, económica, social, y, por supuesto, urbanística y cultural. 

Ana Botella Crew Calle Preciados

Hace un par de años el grupo de artistas urbanos madrileño ya dio la campanada en las redes sociales – y en la calle, su medio más directo – al utilizar la cara de la entonces teniente de alcalde para una serie de carteles-collages que criticaban el apoyo del Ayuntamiento a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Las obras que hicieron para la ocasión mostraban a la concejala con un manto en la cabeza y un bebé en brazos, como si se tratara de la mismísima reencarnación de la Virgen María. Pero el bebé no tenía el rostro de Jesucristo ni del playboy Alvarito, el benjamín de la familia Aznar-Botella, sino el de un perro furioso. Toda una declaración de principios que parecen no haber abandonado.

En fin, bienvenidos de nuevo a la calle, compañeros. Seguid ladrando cuando la ciudad os necesite.

Ana Botella Crew Calle Duque de Alba

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Panzi (Barcelona, 1980) es escritor y artista urbano. En la actualidad vive entre Barcelona, Madrid y Talavera de la Reina.

Imágenes: Del colectivo Ana Botella Crew. Visita la galería: http://www.flickr.com/photos/anabotellacrew/with/10835344894/

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Luis Garzón Guillén: ‘Elysium’ o la sociedad dual

Elysium Crítica Luis Garzón Guillén

LUIS GARZÓN GUILLÉN

Elysium. Director: Neil Blomkamp. Actores: Matt Damon, Jodie Foster, Sharlto Copley, Diego Luna, William Fitchner, Alice Braga, Wagner Moura. Nacionalidad: Estados Unidos

El director sudafricano Neil Blomkamp saltó a la fama en 2009 con District 9, la historia de una invasión alienígena en su Sudáfrica natal con abundantes paralelos con el Apartheid. Con su segunda película como director, Blomkamp realiza una nueva incursión en la ciencia ficción de temática social.

La historia transcurre a mediados del siglo XXII. La tierra se ha convertido en un vertedero insalubre donde ya solo viven los más pobres. Las clases dirigentes se han establecido en Elysium, una gigantesca estación espacial con todas las comodidades de las que la tierra carece. En este contexto, el protagonista, Max (Matt Damon) un obrero de Los Ángeles, sufre un accidente en el trabajo y recibe una dosis letal de radiación. La única esperanza para él es emigrar a Elysium, donde todo se puede curar, algo que, sin embargo, les está prohibido a los terrícolas. Su plan le pondrá en conflicto con la administradora principal de Elysium, Jessica Delacourt (Jodie Foster) y el brutal mercenario de esta, Kruger (Sharlto Copley).

Estamos ante una historia de un futuro donde las desigualdades sociales actuales se han exacerbado hasta el límite. Existen numerosos precedentes en la ciencia ficción, notablemente la Metropolis de Fritz Lang. Por otra parte, en los últimos años varias películas han fantaseado con el abandono de la tierra contaminada por parte de los privilegiados, una tierra que de ahí en adelante solo sería ocupada por robots (Wall-E) o escenario de manipulaciones genéticas varias y juegos de supervivencia (Oblivion Alter Earth). En este film la tierra entera se ha convertido en un barrio de chabolas donde solo sobreviven los que no pueden pagarse algo mejor. Y ese algo mejor parece ser Elysium, un lugar idílico de verdes prados, grandes piscinas y fiestas que nunca acaban. Un lugar donde se habla francés, porque en el cine de Hollywood hablar francés equivale a pertenecer a la clase alta.

En Elysium una figura muy “Merkel” como la de Jodie Foster se dedica a bombardear las naves de los inmigrantes ilegales que intentan llegar a Elysium. También vemos el rostro de la elite económica y tecnocrática ciega a los problemas sociales, aquí representado por el personaje de William Fitchner.

Por lo que respecta a los terrícolas, forman un grupo heterogéneo, compuesto por un norteamericano (Damon), dos brasileños (Alice Braga y Wagner Moura) y un mexicano (Diego Luna). Sin duda en la tierra del futuro los pobres serán latinos. Y es curioso que Blomkamp reserve al personaje más brutal y primario para su compatriota Sharlto Copley, que protagonizó District 9. Aquí su Kruger es un mercenario inescrupuloso que gusta de utilizar la violencia extrema para conseguir sus fines.

Pero la película desaprovecha los contrastes sociales del principio para convertirse en un film de acción más. Una vez los personajes llegan a Elysium… dejamos de saber sobre Elysium y pasamos a una persecución y lucha final como la que ya hemos visto en cientos de películas, con un gesto final de Max que sí merece un comentario. En una Europa en que el estado social está en retroceso y lo que antes eran derechos se convierten en privilegios, la hazaña de abrir el sistema de salud al total de la población se convierte en un final revolucionario. Vemos aquí también los ecos de la reforma sanitaria puesta en marcha por Obama en los Estados Unidos, esa sí una reforma en positivo que pretende reconocer derechos.

Es interesante señalar que la película se rodó entre México (que representa la tierra) y Canadá (Elysium), lo que acentúa los contrastes entre un sur empobrecido por la explotación y un norte que disfruta de los beneficios de esta. En resumen, Blomkamp continúa siendo un director interesante, si bien le convendría no plegarse tanto a los dictados de la industria.

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Luis Garzón Guillén (Navarcles, Barcelona, 1976) es Doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universita di Milano- Bicocca (Italia) (2006). Título de tesis: Trayectorias e integración de la inmigración argentina y ecuatoriana en Barcelona y Milano. Diplomatura de Postgrado en Ciencia Política en la Universidad de Barcelona (2000) y Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona (1999).

Imagen: Copyright Media Rights Capital, Sony Pictures Entertainment

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Luis Garzón Guillén: Festival CLAM 2013

Carta a Sasha

LUIS GARZÓN GUILLÉN

Entre los días 2 y 12 de mayo de 2012 se ha celebrado en la localidad de Navarcles (Barcelona) el Festival Internacional de Cine Solidario, que incluyó proyecciones, conferencias y un concurso de cortometrajes de temática social. El festival llegaba este año a su décima edición y ha dedicado cada una de sus ediciones al análisis de dos temáticas sociales. Las temáticas del festival en esta edición fueron: “La libertad en riesgo” y “Jóvenes en exilio”. También realizaron sendas conferencias Gerardo Pisarello, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, y Joaquín Recaño, profesor de Geografía e investigador en el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona. Los ganadores del concurso de cortometrajes fueron Carta a Sasha, de Andoni Jaén y Javier Reverte, corto sobre los refugiados saharauia; Ironías de la vida, de Ignacio Sepúlveda, sobre los discapacitados; y La boda, de Marina Seresky, sobre las migraciones latinoamericanas. En esta reseña del festival voy a profundizar en cuatro de las películas que se proyectaron en el festival: la colombiana Pequeñas voces; la norteamericana Margin Call, la mexicana, de producción española, Aquí y Allá; y la chilena Violeta se fue a los Cielos. Las cuatro películas representan diferentes problemáticas sociales actuales y diferentes formas de hacer cine en el mundo actual.

Pequeñas voces

Dirigida por Jairo Eduardo Carrillo. Largometraje de Animación

pequenasvoces

Documental de animación centrado en las experiencias de niños afectados por el conflicto entre guerrillas, paramilitares y el ejército colombiano. El director ha elegido relatar las historias de tres niños y una niña a través de sus propias palabras. El primero de los niños relata cómo los guerrilleros le vinieron a reclutar a la casa donde vivía con su madre con promesas de riqueza y, a pesar de la oposición de esta, escapó con ellos a vivir clandestinamente en la selva. El drama de los niños soldado, que también fue tratado por otras proyecciones del festival CLAM, es uno de los temas. En la segunda historia, una niña ve cómo su padre le es arrebatado por la guerrilla y nunca lo vuelve a ver. La tercera historia es la un niño que es expulsado por la guerrilla de la finca rural donde ha vivido toda su vida, lo que fuerza a toda la familia a convertirse en desplazada en Bogotá. La última historia es la de un niño que queda mutilado a causa de una bomba. La película destaca por la fusión excelente de los dibujos de los personajes por parte de los propios niños y la animación de los fondos hecha por profesionales, lo que le da un efecto de combinación entre la vivencia personal y emotiva y la objetividad de un paisaje idílico truncado por la guerra. Una película imprescindible para conocer cómo vive la población colombiana el conflicto por la tierra. Los espectadores españoles pueden encontrar similitudes entre la forma en la que la gente común está viviendo el conflicto colombiano y lo que ocurrió con el campesinado español en la década de 1930, a menudo reclutado a la fuerza para luchar en una guerra que devastó el país y profundizó las desigualdades sociales.

Margin call

Dirigida por J.C. Chandor. Intérpretes: Kevin Spacey, Paul Bettany, Zachary Quinto, Jeremy Irons, Penn Badgley, Simon Baker, Demi Moore, Stanley Tucci

Luis Garzón Guillén Margin Call

La crisis económica vista a través de los ojos de sus responsables. Es lo que ofrece el director J.C. Chandor en un relato centrado en 24 horas de la vida de los ejecutivos de un banco de inversión en Wall Street al borde del estallido de la burbuja inmobiliaria. Los personajes principales son Peter Sullivan (Zachary Quinto), su superior jerárquico que ha sido despedido en una “redada” de despidos al principio de la película Eric Dale (Stanley Tucci), el compañero de ambos Will Emerson (Paul Bettany) y Sam Rogers (Kevin Spacey), el veterano que actúa como la voz de la conciencia. Durante el día que retrata la película, estos hombres se enfrentaran al reto de cómo responder al estallido de la burbuja en su banco. Chandor retrata una cultura laboral que remite a La corrosión del carácter del sociólogo Richard Sennet, donde lo importante para conservar el puesto es atribuir la responsabilidad de lo que no funciona al primero que pasa. El personaje más interesante es Emerson, que ha llegado al punto de considerarse por encima de la “gente común” a fuerza de tomar decisiones que afectan a miles de personas a velocidad relámpago. Por otra parte, Demi Moore hace su mejor papel en décadas como ejecutiva que advirtió del desastre pero que, sin embargo, pagará sus consecuencias.  También es destacable la aparición de Irons como el presidente del banco, que pide que le expliquen lo que ha pasado “como si fuera un niño”, una admisión de irresponsabilidad aterradora. La película no explica nada que no haya aparecido en la prensa, pero los retratos humanos de los yuppies y sus diferentes maneras de enfrentarse al colapso son ilustrativos de las razones por las cuales se creó y explotó la burbuja. Recomendable para quienes deseen conocer las miserias humanas de Wall Street.

Aquí y allá

Dirigida por Antonio Méndez Esparza. Intérpretes: Pedro de los Santos, Teresa Ramírez Aguirre, Lorena Guadalupe Pantaleón Vázquez, Heidi Laura Solano Espinoza, Nestor Tepetate Medina

Luis Garzón Guillén Aquí y allá

Nos encontramos ante un curioso híbrido entre largometraje de ficción y documental, que retrata la vida de Pedro (Pedro de los Santos), un mexicano que regresa a su pueblo natal tras varios años viviendo y trabajando en Nueva York. El reencuentro con su mujer, Teresa (Teresa Ramírez Aguirre) y sus hijas y sus intentos de forjar una vida para la familia son la trama principal. Una subtrama muestra la situación de la siguiente generación, con la hija mayor del protagonista, Lorena, que inicia un romance con un joven que también quiere emigrar a los Estados Unidos. Es sobre todo una película sobre el “aquí”, en la que el “allá” (Nueva York) aparece como un recuerdo o como una esperanza pero de la que nunca sabemos demasiado. Las idas y venidas del protagonista, que tiene un grupo musical, los Copa Kings, que quiere reactivar, sus trabajos temporales en la agricultura y la relación con su mujer, que pronto queda embarazada de nuevo, forman la mayor parte del metraje. El problemático embarazo de su mujer y las dificultades para ganarse la vida como músico le forzarán a salir de nuevo. Un aire de fatalismo y de historia circular preside toda la historia, reforzado por los silencios de los personajes, que en ocasiones transmiten mucho más que sus palabras. Las interpretaciones de los actores son naturalistas al extremo, ya que Pedro y Teresa son pareja también en la vida real y el pueblo donde se filmó es realmente su pueblo. El director, de nacionalidad española, estuvo presente en la proyección y explicó que el equipo de rodaje había vivido varios meses en el pueblo donde transcurre la acción.  Un buen film sobre la migración que sin embargo no ofrece nada nuevo que no se haya visto ya en otras películas sobre el tema.

Violeta se fue a los cielos

Dirigida por Andres Wood. Intérpretes: Francisca Gavilán, Thomas Durand, Christian Quevedo, Gabriela Aguilera, Roberto Farias

Luis Garzón Guillén Violeta

Biopic de la cantautora chilena Violeta Parra. Estrenada hace ya dos años en Chile, se trata de una recorrido por la vida de Parra (1917-1967), que se detiene principalmente en dos aspectos: su compromiso político y sus difíciles relaciones personales. Quien esto escribe no conocía gran cosa de la cantante antes de ver la película y la imagen que me queda tras verla es la de una mujer inteligente pero egoísta y autoritaria. Alguien que, salida de la pobreza en el sur de Chile, consiguió ser la portavoz de la cultura lírica del Chile popular, pero con gran coste en las relaciones con su primer marido e hijos. Ya en la década de los 60 y con su carrera consolidada, su relación con Gilbert Favre (Thomas Durand), un antropólogo y musicólogo suizo más joven, la llevó a Europa a vender su arte. Sin embargo, Favre la abandonó cuando ella estaba desarrollando su último proyecto, una carpa donde dar a conocer el folclore musical americano. Parra se suicidó a los 49 años. El director ha escogido para contar esta historia un estilo fragmentado y más visual que verbal, en el cual se da importancia a la diversidad cromática del sur de Chile. Como marco de la historia se presenta una entrevista de un periodista argentino a Parra, en la que el periodista conservador menosprecia a la cantautora “comunista”. Una vez más en el cine chileno, los argentinos aparecen como la voz de la derecha conservadora. Wood es conocido por su film Machuca (2004), sobre la relación entre dos niños en el golpe de estado de 1973. En aquella película también había una figura femenina autoritaria y ambigua, la madre del protagonista, que, curiosamente, tenía un amante argentino de derechas. Wood es un excelente director del que cabe esperar aún mejores películas.

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Luis Garzón Guillén (Navarcles, Barcelona, 1976) es Doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universita di Milano- Bicocca (Italia) (2006). Título de tesis: Trayectorias e integración de la inmigración argentina y ecuatoriana en Barcelona y Milano. Diplomatura de Postgrado en Ciencia Política en la Universidad de Barcelona (2000) y Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona (1999).

Imágenes: Cortesía de CLAM 2013

Destacada

Coradino Vega: Juego de espejos

Charo Izquierdo Diario de campo Caballo de Troya 2013 Coradino Vega

CORADINO VEGA

(Texto leído en la presentación de Diario de campo de Rosario Izquierdo Chaparro (Caballo de Troya, 2013), celebrada en Sevilla el pasado 26 de abril de 2013.)

Dice la contracubierta de este libro que se trata de una novela “diferente”, y cualquiera podría pensar que lo dice como reclamo editorial, pues al fin y al cabo todas las novelas pueden ser consideradas de algún modo diferentes. Sin embargo, gran parte de las novelas que se publican hoy día, bien pretenden arrullar al lector, bien demostrar que sus autores son los seres más inteligentes que hay en el planeta, y el resultado es que al final acaban pareciéndose demasiado entre sí. Diario de campo, en cambio, no busca una cosa ni la otra.

Diario de campo no pretende darnos un besito de buenas noches para que nos vayamos contentos a dormir, pero tampoco es una novela irónica, ni desapegada, ni engreída, ni autista. Diario de campo es una novela escrita desde la emoción, y su posicionamiento puede que tenga menos sustento en una ideología abstracta que en un dolor casi físico ante lo que es injusto y el desconcierto que ese estado de cosas provoca. Diario de campo, en definitiva, tira por uno de los pocos caminos que pueden llegar a algo distinto de verdad: el de ofrecernos un relato propio.

Contar lo que le pasa a la gente, contar lo que le pasa a uno: ¿a alguien se le ocurre algo mejor a lo que pueda aspirar la literatura? Contar lo que ocurre ahí afuera, en el mundo exterior; contarlo bajo la mirada intransferible de la propia sensibilidad; e imbricarlo como si fuera un juego de espejos. Porque todo Diario de campo es un juego de espejos. Una mujer se incorpora al mundo laboral después de un largo periodo dedicado al cuidado de sus hijos. Esa mujer empieza a trabajar con mujeres en riesgo de exclusión social. Conforme las entrevista para su investigación sociológica descubre otra realidad y a la vez empieza a descubrirse a sí misma. Al cabo de poco tiempo, experimenta las consecuencias de la precariedad laboral. “Toda mi vida he sido lo que decían los demás, no lo que yo quería ser”, dice al principio de la novela la entrevistada nº 6 con la autoestima hecha trizas. “Estás igual de jodida que si hubieras hecho las cosas como el mundo esperaba de ti”, se confiesa casi al final la narradora tras pasarse la vida rebelándose contra lo que ella denomina “normalidad”. La maternidad temprana, el desempleo del hombre, el desamparo afectivo, todo cuanto va surgiendo en el curso de su recuperada labor profesional tiene un correlato íntimo: los hijos de la narradora, el marido, el calor no siempre balsámico del hogar.

Hay que ser muy valiente para desnudarse de esa forma y confesar las inseguridades que nos asolan a casi todos: la propia fragilidad. Y hay que ser muy valiente para adentrarse en la periferia de la ciudad —en la periferia norte de Sevilla o de cualquier ciudad— como lo ha hecho Rosario Izquierdo: sin prejuicios, sin condescendencia caritativa, y sin cierta morbosa atracción por una especie de exotismo antropológico sobre el que hablaremos luego.

Lejos de perseguir el tópico soberbio de dar voz a los sin voz, la narradora nos propone reforzar la capacidad de escucha: “Hay que dejar que la gente se exprese —dice—, y aprender de ella”. Ante las dudas que le provocan la utilidad de su actividad, la maraña terminológica de las ciencias sociales o, como se dice en el libro, “la inquietud prepotente de querer arreglarlo todo”, parece autoimponerse recabar su testimonio como una especie de deber moral que, dándole la vuelta al verso de Cernuda (“Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”), en el caso de Rosario Izquierdo vendría a ser: “Escúchalas, cuéntatelo a ti misma y cuéntaselo a los demás”.

A esa Sevilla invisible, tan alejada de la visitada por los turistas y la carrera oficial, a la que llega por primera vez en un autobús de línea como si se adentrara en el corazón de las tinieblas, ella va y escucha, observa, apunta, pasea su spleen por avenidas con nombres obreros y parques del extrarradio, llena de perplejidad —ante lo que ve y ante lo que siente—, e intenta adaptarse: con una dubitativa humildad que no quiere juzgar (“No sé si tengo derecho a…), pero también con unas ganas tremendas de hacer un trabajo útil.

Su  actitud, por ejemplo, es opuesta al exotismo antropológico de quien va allí a hacer fotos mientras se agarra con fuerza el bolso. O a la del reportero callejero que se mete con la cámara en las chabolas para acabar sacando siempre a un gitano escuálido y mellado cantando por Camarón al compás de una lata de tomate. Pero también es muy distinta a ese entusiasmo contracultural que se fascina por la marginalidad, por quienes se atreven a vivir en “auténticas” casas con techos de uralita como la última y “más auténtica” y rebelde forma de combatir la corrupción del sistema dominante encarnado en los centros burgueses de la ciudad, nunca como indicio de abandono o pura y simple miseria (y no digamos ya a la de esos jóvenes de familias “normales”, por utilizar el término de la narradora, que acuden allí a comprar su hachís o sus papelas de coca y vuelven con el alba a potar a los inmaculados váteres de los chalés de sus padres).

Rosario Izquierdo describe con precisión a esa clase que ella llama “semitrabajadora”, que el 18 Brumario de Luis Bonaparte llamó lumpemproletariado justo cuando empezó a quedar desplazada en los cinturones de la ciudad industrial, y que Robert Castel denominó hace poco “desafiliados”, es decir, todos aquellos que (a pesar de sus móviles última generación y zapatillas de marca, como los canis poligoneros de Sevilla, los chavs anglosajones o los jóvenes de ascendencia africana de la banlieue de París) se han quedado fuera del progreso lineal: ese riesgo tan en vías de expansión actualmente.

Y es al hacerlo así, al recoger su testimonio sin afectaciones, paternalismo o aquella cosa berlanguiana del “ponga un pobre en su mesa por navidad”, como Izquierdo dota de dignidad a esas abuelas que arrastran un cansancio de larga duración sin quejarse; a las Jessis, Vanessas y Elizabeths del Taller de Pastelería que dicen que allí aprendieron a hablar; a las mujeres que acuden a las escuelas de adultos y ríen y huelen los lápices como si fueran niñas sentadas en los pupitres que abandonaron demasiado pronto o en los que nunca se llegaron a sentar.

Puede que la veta más rica y antigua de la literatura española sea la que intenta interpretar el comportamiento humano en un contexto socioeconómico históricamente determinado: en qué clave leer si no La Celestina o el Lazarillo de Tormes. Diario de campo comparte con Misericordia de Galdós, o con La busca de Pío Baroja o con Tiempo de silencio, el acercamiento a la periferia como lente intensificadora del contraste educacional. Con un talento muy poco extendido, Rosario Izquierdo no sólo escribe de la misma forma natural con la que habla: con un estilo muy suyo, tan hermoso como espontáneo, en el que integra la voz pegada a la tierra de escritoras como Mercé Rodoreda o Carmen Laforet con una forma lírica de adjetivar, casi umbraliana, que puede que le venga también de sus años de columnista de periódico; sino que sabe además captar el habla de la calle sin que parezca que imita una teleserie como The Wire o la traducción de ningún escritor americano, logrando un mosaico de voces que por eso se eleva con la fuerza de lo verdadero. “Admite la simpleza de la complejidad”, se dice la narradora en uno de sus ajustes de cuentas consigo misma. O lo que es lo mismo: admite que la verdad, de serlo, se parecerá más a un diálogo que a los extravíos de cualquier yo ensimismado.

Diario de campo es una novela que renueva lo que algunos llaman con tedio realismo social porque se narra a sí misma de una forma nueva. Su estructura es fragmentaria porque las “historias de vida” de la sociología actual no admiten relatos lineales. Y como toda novela que, además de preocuparse por reflejar su tiempo, busca el mejor modo de poderlo revelar, integra la memoria con la ficción, el diario con el informe sociológico, el ensayo con sus declaraciones de principios, harta quizás de que las novelas sólo planteen preguntas y no se atrevan nunca con las respuestas, consciente quizás de que ni en literatura ni en la vida es posible encontrar soluciones redondas y perfectas. Su naturaleza híbrida podrá incluso dar pie a que se la clasifique como eso que se ha puesto ahora de moda decir de algunos textos, “un artefacto”, como si el libro en cuestión fuera una caja con cables, detonadores y luces de feria. Sin embargo Diario de campo es una novela porque cuenta cosas que de otra manera no se hubieran podido contar. Una novela abierta a cualquier tipo de público, no sólo a las mujeres que trabajan con mujeres ni a los habitantes de Sevilla, porque trata de problemas que a todos nos afectan o podrían llegar a afectar. Una novela de una originalidad sólida que sólo le sale a quien no se desvela por innovar, de a quien poco le importan las etiquetas o por dónde sopla el viento de la moda para poderse situar.

En algún sitio del libro se dice que cada cual tiene su ritmo y, en otro, refiriéndose a la vocación literaria de la narradora, ella misma se recuerda “las horas lentas de escritura, aunque fuera para romper lo que escribías, en esas pruebas enfermizas, carentes de sentido, que dejabas suceder, alargarse y repetirse casi contra tu voluntad”. Pues bien, por lo que a Rosario Izquierdo se refiere, Diario de campo viene a confirmar lo que quienes habíamos leído antes sus artículos periodísticos, cuentos, borradores de novelas o incluso sus estudios sociológicos —demasiado bien escritos para ser sociológicos— ya sabíamos: que tiene la pasión, la capacidad observadora, la precisión del lenguaje, la musicalidad y el ‘duende’ necesarios para ser lo que siempre fue, una buena escritora. Lo que hoy hemos venido a celebrar es que eso se haga público con esta novela que conjuga crudeza y ternura, ausencia de cinismo y espíritu crítico, y que también es una prueba de fortaleza, pues como su narradora dice sobre los hijos: “La debilidad no está en ellos, sino en nuestra mirada”.

La mirada de Rosario Izquierdo se ha detenido en aquello que casi nadie se detiene a mirar.

Al mismo tiempo, ha escrito una declaración de amor a sus seres queridos.

A ellos también habría que darles la enhorabuena.

Diario de Campo Rosario Izquierdo Chaparro Caballo de Troyo 2013

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Coradino Vega (Riotinto, 1976) es profesor de literatura y autor de la novela El hijo del futbolista (Caballo de Troya, 2010). También ha participado en la antología Libro del fútbol, publicada por 451 editores.

Imagen: Charo Izquierdo Chaparro. Fotografía de Pablo Arenas / Cubierta del libro Diario de campo, cortesía de RHM.

Francesc Torres: En el Día de la Raza

Francesc Torres Presunto Magazine

FRANCESC TORRES

Voy a dedicar esta foto al gobierno que nos gobierna, si gobernar es destrozar un país, acosar a la ciudadanía y utilizar de papel higiénico el derecho al trabajo y a la vivienda, que resulta que están garantizados por ese otro papel tan sagrado que no se puede tocar y que se llama Constitución… A estos señores y señoras de derechas herederos del franquismo que les cuesta horrores condenarlo por razones de proximidad ideológica y afectiva. Estos señores y señoras pilares de la sociedad que hoy, Día de la Raza, se irán a manifestar codo con codo con la Falange y otra fauna fascista que corre tan ufanamente por estos pagos. A estos señores y señoras de derechas que desean que España se llene de turistas con mucha guita pero no les importa, en cambio, que puedan pisar la tierra que cubre fosas comunes de la guerra ni les importa una higa que los familiares de los muertos tengan que soportarlo, a estos señores y señoras de derechas les dedico esta foto tomada en Villamayor de los Montes, Burgos, en 2004.

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Francesc Torres (Barcelona, ​​1948) es artista visual, comisario y ensayista en diversas publicaciones y diarios. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera fuera de España. A principios de los setenta se trasladó a Chicago y posteriormente a Nueva York, donde vivió hasta 2002. Galardonado con el Premio Nacional de Artes Visuales, fue presidente de la Asociación de Artistas Visuales de Cataluña y también Premio Nacional de Artes Plásticas de la Generalitat de Cataluña. Es autor del libro Dark is the room where we sleep /Oscura es la habitación donde dormimos (Actar, 2008), dedicado a la excavación de una fosa común en Villamayor de los Montes (Burgos).

Manuel García Pérez: ‘Poniente’, la poesía de Miguel Veyrat

Manuel García Pérez Reseña Miguel Veyrat Poniente

La poesía comprende una forma de comunicarse que, Wittgenstein, incluía en lo místico; aquello que no se puede decir. Lo intraducible, sin embargo, necesita incluso de la lengua para manifestarse, para explorar sus límites expresivos en cuanto a significado y forma. Lo que sucede en la poesía de Veyrat, como en la poesía de románticos y malditos, es que la forma se convierte en expresión de un mundo con límites franqueables: “Ahonda la lengua/ un surco, afinando aquel acorde/ que te hará virgen de nuevo. / Ella se torna en yo –sin dejar de ser aquél, / en inocente alfabeto/ de lengua también muera” (pág. 47).

Es un mundo con límites franqueables porque la poesía de Veyrat prende en el mundo de los márgenes, donde las realidades no son enteramente fijas e inmutables, donde los referentes son dinámicos y adquieren una densidad semántica mayor según la forma del verso que el poeta maneja con técnica rigurosa, consciente porque la turbación está en la experiencia previa a la escritura: Expulsarme/ para siempre de este territorio/ que no pude elegir y no es el mío” (pág. 88). El problema de “nombrar más allá de las cosas” es tangible en la forma con la que Veyrat desarrolla la estructura versal. En ocasiones, consigue que lo adjetival y lo verbal se sustancien como si el sustantivo fuese prescindible. Su mundo literario es sustancial y en lo sustancial incorpora la acción y el accidente: “Sí. Yo soy la Cosa y acaso/ el Otro primordial/ que alimentó tus peores sueños./ Soy quien arde solo/ bajo la zarza. Tu objeto/ perdido según Lacan. Yo/ el imposible (…)” (pág. 82)

Escribió El Greco sobre la pintura de Tiziano que era “primera luz” y esa “primera luz” que refunda el mundo en Poniente proviene de un mundo increado que solamente existe desde la escritura personal de Veyrat, pues la realidad sostenida en los versos depende de la experiencia de la vida en el lenguaje y del lenguaje mismo que lastra con inefable sensibilidad: “Deja/ que el lenguaje/ te domine –que/ penetren en ti los verbos/ como duras pedradas por los sesos.” (pág. 40).

Poniente, en Bartleby Editores, comprende el trabajo riguroso del creador que despierta a la experiencia desde el lenguaje y que reconoce el convencimiento de su derrota. Veyrat sabe que el hecho de profundizar en la totalidad con el lenguaje es inútil, y, sin embargo, necesario para explorar las posibilidades que resurgen desde la visión caótica y azarosa del mundo: “Querría interceptar este rayo que/ se alza desdeñoso ante la palabra perdida que aún/ no puede pronunciarse” (pág. 23).

La aceptación de esta derrota conviene que el poema, surgido de la conciencia, sea una experiencia interna que se verbaliza desde la carencia del lenguaje para expresar lo sentido, aunque Veyrat supera esa pérdida desde la virtualidad de su intuición y de su técnica. En palabras de George Steiner, la poesía, pese a su incapacidad para nombrarlo todo, dará al hombre una morada: “(…) Y prácticos verbos/ para recrear dolor/ o amor sobre distintos objetos. / Y creer así que existimos,/ hasta quedar mudos para siempre” (pág. 69).

Fiel a su simbolismo de resonancias clásicas y anglosajonas, sus versos, con un acentuado progreso de depuración a lo largo del tiempo, fundan el mundo desde la metáfora y desde la intertextualidad. Lo que conduce a Veyrat a su convicción de que el verbo destaca sobre lo visible, pues precisamente el mundo es in-visible a través de la palabra como forma, como reverberación de otra palabra que intenta definir lo real. Y el verbo es cosa; por eso es visible: “Fango fango negro adán. Fallaba/ el instrumento: Apelaron más poetas/ para medir lo exacto. Mas voces/ mal traducidas transitan turbia/ rapsodia gas cristalizado. Abolida/ John Donne tu profecía. Thou shalt not die!” (pág. 115).

Nada es accidental en la poesía de Poniente. Todo está sustantivado bajo la querencia y la imposibilidad; en ese conflicto madura su lenguaje incandescente, de barrocas resonancias: “Si pensar el mundo fuera hacerlo de nuevo/ más valdría saltar la página –y ni/ siquiera escribirlo. Quiero/ hoy pensar contra mí mismo/ y borrar hasta mi nombre”. (pág. 88)

Sus anotaciones, sus ecos metaliterarios, sus citas, el uso del inglés, por ejemplo, evocan esa mismidad literaria que el verso de Veyrat necesita para comunicar el-más-allá-de-la-vida, el-más-allá-de su propia literatura desde otras voces como Pound, Leopardi, Mallarmé o Machado. La búsqueda en vano de los profusos significados que no distinguen lo real de la experiencia literaria aleja a Veyrat de todo sentimentalismo y tono elegiaco.

Su poesía pertenece a la incertidumbre, a la necesidad por averiguar, sin conciencia del tiempo, la capacidad del verbo. Su epifanía, cuando prende su voz auténtica en la memoria de unas páginas escritas por un desasosiego silencioso: “Sobre un arco de mente en mente funda/ las formas de alzar techos/ al viento con la luz pautada en palabras/ o cifras de febril amargura. / Así elevaste tú estos cantos en su honra.” (pág. 131).

Manuel García Pérez Reseña Poniente Miguel Veyrat

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Manuel García Pérez (Orihuela, 1976) es doctor en filología hispánica por la Universidad de Murcia. Es Premio Creación Joven de Poesía del Ayuntamiento de Murcia (1998) y Premio Nacional Fin de Carrera (2001). Sus colaboraciones en diferentes revistas de creación literaria, como Empireuma, Cuadernos del MatemáticoÁlamo o Calas, se compaginan con la publicación de otros ensayos de investigación crítica y semiótica en Visio, revista de semiótica internacional de Québec, y Tonos, revista internacional de lingüística. Ha publicado Semiótica de la descripción: cine, publicidad y cómic (Servicios de Publicaciones de la Universidad de Murcia) y dos libros de programaciones didácticas para la enseñanza de lengua y literatura (Editorial MAD). También autor de varias novelas juveniles publicadas en diferentes editoriales. El próximo 31 de enero presenta el poemario Luz de los escombros, editado por Germanía.

Imágenes:  Copyright http://esmorzarsdeforquilla.blogspot.com.es / Copyright Bartleby Editores.

Luis Garzón Guillén: ‘Los últimos días’ o ecos de J.G. Ballard en Barcelona

Luis Garzón Guillén Crítica Los últimos días Marc y Àlex Pastor

LUIS GARZÓN GUILLÉN

Los últimos días. Directores: David Pastor y Alex Pastor. Actores: Quim Gutiérrez, Jose Coronado, Marta Etura. Duración: 110 minutos

Los hermanos Pastor, formados en la ESCAC (Escuela Superior del Cine y el Audiovisual de Cataluña) debutaron en 2004 con un excelente corto titulado La ruta natural, con una historia de cronologías inversas, que auguraba grandes cosas. Después de cuatro años de exilio en los Estados Unidos, donde rodaron Carriers (2009), una pequeña película con una trama postapocalíptica similar a la que nos ocupa pero menos conseguida, llega Los últimos días. El argumento es convencional: una ciudad que está sufriendo un cataclismo, un personaje que debe atravesar la ciudad para reencontrarse con su novia y una figura de contrapunto, un mentor que sin embargo tiene muchas zonas oscuras. Lo novedoso de la propuesta es la ciudad: Barcelona decayendo en todo su esplendor. Y también es novedosa la naturaleza del cataclismo, y es aquí donde entra la referencia a J.G. Ballard.

J.G. Ballard (1930-2009) fue uno de los principales exponentes de la nueva ola británica de la ciencia ficción. Su obra ha influenciado a cineastas como David Cronenberg o David Lynch. Dos de sus libros se han convertido en buenas películas: Crash (1996) de Cronenberg y la autobiográfica El imperio del sol (1987) dirigida por Spielberg. El punto clave de sus historias es el retrato de personajes perdidos en infiernos cotidianos de los que buscan desesperadamente una salida.

Volviendo a Los últimos días, lo que está terminando con el mundo no es una guerra nuclear o química ni tampoco una plaga que convierte a las personas en zombis. Se trata de una imposibilidad literal de salir al exterior. Las personas afectadas descubren que un miedo enorme les asalta de repente y si intentan salir a la calle acaban falleciendo. El pánico puede comenzar en casa o en el trabajo, pero corta totalmente la vida de los afectados, que desde ese momento se convierten en reclusos de su propia vida cotidiana.

Los edificios donde la gente vive y trabaja acaban siendo el escenario de un regreso a las sociedades tribales, llenándose de basura y siendo escenario de batallas, en un punto que recuerda al Ballard de Rascacielos.

El protagonista, Marc Delgado (Quim Gutiérrez) es un informático que trabaja en una gran empresa que está sufriendo una reestructuración. Tras meses de haberse quedado atrapado en su oficina, inicia un viaje por los túneles de la ciudad, única forma de desplazamiento cuando el exterior es una amenaza, para reunirse con su novia Julia (Marta Etura). Su improbable aliado será Enrique (Jose Coronado), el hasta entonces odiado director de recursos humanos de la empresa, que parece ser el único que tiene un GPS. El periplo de estos dos hombres por el subsuelo de Barcelona les proporcionará una oportunidad de conocerse mejor y de encontrar la humanidad perdida por unas relaciones cada vez más frías.

De su relación destacaría en especial la escena en la que el personaje de Coronado nos desvela sus secretos, escena durante la cual la platea enmudeció. Es también en esa escena que se plantea abiertamente una hipótesis sobre las causas de este pánico: en una sociedad hipertecnificada y racional, las personas se han convertido en seres aislados en su cubículo.

En otra escena importante, Marc y Enrique llegan a casa del primero y la encuentran ocupada por una familia inmigrante, que parece más feliz y más unida de lo que estaban Marc y su novia antes de la catástrofe. La película nos ofrece una visión desazonadora de un presente en el que los seres humanos están cada vez más aislados unos de otros.

La venganza de la naturaleza será precisamente dejar encerradas a las personas. De esta forma, vemos también en la película ecos de El incidente (2008) de Shyalaman, donde también era la naturaleza quien acababa con la estupidez humana. El final ofrece algo de esperanza, pero sólo para las generaciones venideras.

Los hermanos Pastor hacen un buen uso de las localizaciones barcelonesas, la mayoría próximas a la Diagonal y la Gran Vía. Barcelona, ciudad compacta donde las haya, es claramente el escenario ideal para este tipo de historia; la película sería muy diferente en una ciudad más dispersa como Madrid. El apartado visual, a cambio de Daniel Aranyó, también es notable. Y los directores demuestran que es posible hacer ciencia ficción de calidad en España. Una película de factura impecable y que nos habla no sólo del futuro sino también de los males de nuestro tiempo.

Cartel Los últimos días Marc y David Pastor Crítica Luis Garzón Guillén

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Luis Garzón Guillén (Navarcles, Barcelona, 1976) es Doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universita di Milano- Bicocca (Italia) (2006). Título de tesis: Trayectorias e integración de la inmigración argentina y ecuatoriana en Barcelona y Milano. Diplomatura de Postgrado en Ciencia Política en la Universidad de Barcelona (2000) y Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona (1999).

Imágenes:  Fotograma de Los últimos días /

Manuel García Pérez: La supervivencia de dos adolescentes en un mundo que ha dejado de ser evidentemente lo que fue

Manuel García Pérez Reseña Cenizas Mike Mullin Timunmas 2013 Volcán Yellowstone

MANUEL GARCÍA PÉREZ

Cenizas, de Mike Mullin, Barcelona, Timunmas, 2013

Con los tiempos que corren, la narrativa norteamericana y tendencias japonesas tanto en cine como en cómics profundizan en posibilidades críticas a las que la Humanidad seguramente ha de enfrentarse en un plazo muy corto. Motivos sociales, políticos y económicos tenemos de sobra para que los escritores configuren, en su propio imaginario, un no-lugar, un espacio inconcluso y atemporal que transfigura los horrores de las crisis. Necesitamos el monstruo para crear y Mullin, a través de un cataclismo geológico, nos involucra en una narración de aventuras.

La deriva de hecatombes, invasiones, plagas y zombis están nutriendo todo un imaginario colectivo donde el lector encuentra no solo el entretenimiento, sino también una forma de convencimiento personal de que nada de lo que sucede es casual. Mullin explora en Cenizas ese atrayente y complejo mundo de las relaciones humanas cuando las condiciones de presión son extremas y todas nuestras rutinas y cualquier proyecto de vida desaparecen por completo.

En un tono apocalíptico, siguiendo la huellas de narradores americanos como Cormac McCarthy, Larry Nieven, Stephen King o Arthur C. Clarke, Cenizas nos describe la supervivencia de dos adolescentes en un mundo que ha dejado de ser evidentemente lo que fue tras la erupción de un volcán en Yellowstone. La expresividad que resuelve Mullin, a través de los escenarios y los conflictos, profundizan en una concepción del mundo como principio del fin, como un cambio de épocas que conlleva un cambio de creencias y de culturas: “Cuando levanté la mirada, adiviné por qué. Alguien había limpiado la ceniza del tejado, y la había echado abajo donde había formado grandes montones debajo de los aleros (…) Lo primero que atrajo mi mirada fue la enorme escopeta de dos cañones que nos apuntaba” (pág. 152).

Pero no perdamos la perspectiva narratológica de Cenizas, Mullin escribe una novela para entretenernos, con mucha proyección de aventuras para toda una saga, empleando un lenguaje conciso, que se detiene en la acción y no en la reflexión o en el lirismo que trasciende pensamientos ajenos a la realidad tangible: “La neblina de color amarillo podrido del cielo iba dando paso lentamente a un crepúsculo gris cuando entramos esquiando en la localidad. (…)La guié a través del poblado hasta la escuela que había visto el día anterior, Saint Paul. Estaba rodeada por unas murallas formadas con la ceniza que alguien había echado abajo desde el tejado” (págs. 176-177).

Cualidades significativas de la narración de Mike Mullin es la tensión sostenida, que no decae en ningún momento, a lo largo de este periplo que para los protagonistas se convierte en un viaje de iniciación donde la infancia se ha visto truncada por la visión del horror que un paisaje de cenizas infunde a los ojos del lector: “La ceniza parecía casi blanca en la escasa luz, y nos daba un aspecto fantasmal. Tal vez sí que éramos una especie de fantasmas, espíritus del mundo que había muerto al entrar en erupción el volcán. Ahora vagábamos por un territorio transformado”. (pág. 42)

La propia depredación instintiva que, en los seres humanos se despierta con el fin de sobrevivir en el caos, nos introduce a Blanco y a una serie de grupúsculos nómadas que, por la desesperación, encuentran en la violencia la forma de dominar al resto de seres humanos: “El disparo le había dado en la cabeza (…) Cuando inspiraba y exhalaba se oía un borboteo y se formaban pequeñas burbujas en la sangre que le manaba en torno a los dientes hechos pedazos” (pág. 162).

Mullin no reniega de una prosa sobria, meditada, con momentos de gran tensión dramática en algunos personajes secundarios, y de esa aclimatación del género fílmico a la narrativa que fluye espontánea, con la intención del entretenimiento, pero sin dejar en los márgenes ese regusto por el ejercicio literario, especialmente, en algunas descripciones, breves, pero de una gran intensidad, para simular esa escenografía emponzoñada que representa el nuevo paradigma de realidad al que se enfrentan los dos adolescentes, Darla y Alex: “Las horas siguientes fueron… bueno, ¿cómo describirlo? Pedidle a alguien que os encierre en una caja, sin luz, sin nadie con quien hablar, y luego que golpe la caja con una rama para hacer un espantoso ruido atronador. Haced eso durante horas, y si aún no estáis locos de remate, sabréis cómo nos sentimos” (pág. 33).

La novela responde a una estructura narrativa lineal, adscrita a un culto del género de la ciencia ficción que Bradbury preconizó en su Fahrenheit 451. Así que Mullin rinde un tributo al milenarismo como motivo desencadenante de las acciones, esto es, la elegía del final de los tiempos como marco de una serie de relatos psicológicos que los protagonistas van desarrollando según las pruebas y los obstáculos que condicionan su subsistencia: “Toda la furia abandonó mi cuerpo y lo invadió una ola de desesperación (…) Darla y yo estábamos solos con su madre agonizante y con el cadáver de un tío al que llamaban Hurón” (pág. 163).

La zombificación, los campos de refugiados, el hacinamiento, la soledad de las carreteras, los refugios derruidos como iglesias, heniles y casas solariegas, por ejemplo, responden a señas de estilo que cultivan novelas como La carretera, Tierra quemada, Mundo Anillo o cómics emblemáticos como Gantz, Walking Dead, Battle Royale o Dragon Head. Cenizas compensa perfectamente la descripción de detalles escabrosos y la ruindad de los espacios para determinar la visión crepuscular y derrotista de las escenas con las acciones trepidantes en las que Darla y Alex se manejan con voluntad firme, pues han de encontrar la tierra prometida, ejemplificada en sus familias.

Lo que constituye el núcleo dramático de la novela es la sensación de pérdida que va minando el ánimo de los adolescentes hasta un final abierto, inconcluso, difuso como la propia atmósfera de grisalla en la que la Humanidad se ha sumergido: “A pesar del gélido viento, el calor del cuerpo de Darla junto al mío me hacía sentir como si fuese primavera” (pág. 353). Sin duda, hay que leerla para ser conscientes de una tradición literaria que, basándose en la aventura, no reniega de esa sospecha sobre la caída de los imperios.

Manuel García Pérez Reseña Cenizas Mike Mullin

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Manuel García Pérez (Orihuela, 1976) es doctor en filología hispánica por la Universidad de Murcia. Es Premio Creación Joven de Poesía del Ayuntamiento de Murcia (1998) y Premio Nacional Fin de Carrera (2001). Sus colaboraciones en diferentes revistas de creación literaria, como Empireuma, Cuadernos del MatemáticoÁlamo o Calas, se compaginan con la publicación de otros ensayos de investigación crítica y semiótica en Visio, revista de semiótica internacional de Québec, y Tonos, revista internacional de lingüística. Ha publicado Semiótica de la descripción: cine, publicidad y cómic (Servicios de Publicaciones de la Universidad de Murcia) y dos libros de programaciones didácticas para la enseñanza de lengua y literatura (Editorial MAD). También autor de varias novelas juveniles publicadas en diferentes editoriales. El pasado mes de enero presentó el poemario Luz de los escombros, editado por Germanía.

Imágenes: Copyright:  Volcán de Yellowstone ( despiertaalfuturo.blogspot.com) / Cortesía de Timunmas.

Luis Garzón Guillén: Vender la democracia

Luis Garzón Guillén No Pablo Larrain Gael García Bernal 2013

LUIS GARZÓN GUILLÉN

No (Vender la democracia). Director: Pablo Larrain. Intérpretes: Gael Garcia Bernal, Nestor Cantillana, Antonia Zegers, Luis Gnecco, Paolo Bonetti. Nacionalidad: Chile.

Dos frases de esta película encapsulan los cambios sociales y políticos que hicieron posible el plebiscito que sacó del poder a Pinochet en el Chile de 1988. La primera la pronuncia, paradójicamente, un representante del “sí”, el publicista argentino que les dice a los líderes políticos del oficialismo chileno: “Este es un país en el que cualquiera puede hacerse rico. Cualquiera, pero no todos.” La otra la pronuncia el protagonista, René Saavedra (Gael Garcia Bernal), director de la campaña del “no”, hablando con su jefe, que trabaja para el “sí”: “Ustedes los jefes trabajan para el sí y nosotros los empleados trabajamos para el no”.

La película recrea la campaña publicitaria del plebiscito de 1988 a través de los ojos de alguien que está a la vez “dentro” y “fuera” del sistema. “Dentro” por su condición de publicista que pasa de vender bebidas de refresco a trabajar para el “no” al plebiscito. Pero “fuera” por su condición de exiliado que ha regresado de México (esto no se explicita, pero se presume que ha vivido en ese país) y que tiene una visión del conflicto “desde fuera”. René rechaza en un principio la propuesta de Urrutia (Luis Gnecco) desde el principio, creyendo como muchos chilenos que el referéndum está arreglado y que el “no” está derrotado de antemano. Sin embargo, las conversaciones con su exmujer (Antonia Zegers), activista política represaliada, le hacen cambiar de opinión.

La campaña demostrará que sí se pueden cambiar la cosas. Saavedra propone una serie de anuncios con un mensaje positivo y de futuro, llenos de música y de color, parecidos a los anuncios de bebidas que inician el film. Sin embargo, su perspectiva encontrará oponentes. Por un lado, los supervivientes represaliados por la dictadura, que consideran más importante denunciar los asesinatos y desapariciones. Por otro, su propia exmujer, con la que él desea volver, rechaza su idea de “comercializar” la política como si fuera un anuncio de refresco.

De lado del “Sí”, vemos que la campaña de los partidarios del régimen consistió en dos tipos de imágenes: 1) Demostraciones del poder técnico y laboral de un país “que funciona”; y 2) Imágenes de Pinochet besando a niños en celebraciones patrióticas. Los españoles no podemos negar que los chilenos pinochetistas vieron el No-Do. Por otra parte, es destacable cómo la introducción del humor en la campaña viene de la mano del “no”, pero se transmite directamente a los partidarios del “sí”, y acaba diluyéndose en una serie de bromas sexuales.

El día del plebiscito vemos a Chile levantado y en las calles. A pesar de los primeros pronósticos, el “no” gana y se inicia un nuevo periodo de la historia chilena. Pero René se queda definitivamente solo, ya que su exmujer tiene nueva pareja. Y la última secuencia, en la que René y su equipo presentan la campaña de publicidad para una telenovela en la azotea de un rascacielos, podría casi titularse “La invasión de los yuppies vivientes”. Un final agridulce y que pone de manifiesto las contradicciones de llegar a la democracia gracias a una campaña de publicidad.

Luis Garzón Guillén Crítica de No Pablo Larrain

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Luis Garzón Guillén (Navarcles, Barcelona, 1976) es Doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universita di Milano- Bicocca (Italia) (2006). Título de tesis: Trayectorias e integración de la inmigración argentina y ecuatoriana en Barcelona y Milano. Diplomatura de Postgrado en Ciencia Política en la Universidad de Barcelona (2000) y Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona (1999).

Imágenes:  Fotograma de No / Póster de No. Imágenes cortesía de: Fabula production / Participant Media / Funny Balloons.